Existen antecedentes que sugieren que la participación de los padres, madres y apoderados en el sistema educativo colabora, junto a la calidad del trabajo docente en el aula, en reducir la desigualdad educativa que se reconoce entre estudiantes que provienen de contextos sociales diferentes (OCDE, 2016; SIMCE, 2014). Dentro de las prácticas de participación que la literatura sugiere de mayor efectividad, particularmente en los primeros años de enseñanza básica, está la lectura compartida con los adultos y el hábito familiar de conversar acerca de la experiencia escolar de los niños y niñas y el mundo social, cultural y político que los rodea. Un estudio Fondecyt Nº 11150098 dirigido por la profesora Verónica Gubbins del área de psicología educacional de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, orientado a caracterizar las prácticas de participación de cuidadores y/o apoderados de estudiantes regulares que cursan 3° año de la educación básica, sugiere que: las familias más desaventajadas en lo socio-económico tienden a hablar más del rendimiento y de las tareas escolares que a realizar actividades que estimulen el desarrollo cognitivo y cultural de los niños y niñas en el hogar. Se trata de prácticas fuertemente estimuladas por la escuela, pero que no muestran mayor efectividad en la calidad del aprendizaje escolar. Estos resultados invitan a la escuela a preguntarse respecto de los propósitos de estas actividades y diseñar, idealmente con las propias familias de sus estudiantes, aquellas que produzcan un real impacto en favor del trabajo docente en el aula.